viernes, 30 de diciembre de 2011

RECICLAJE RURAL

Un somier y unas jaulas reutilizadas para el cierre de un corral.

En apenas unas décadas, el reciclado de residuos ha dado un giro de 180 grados. Seguro que se acuerdan de aquellos primeros contenedores de reciclado que, con su forma de bombona hinchada, afeaban las plazas de nuestras ciudades en los años ochenta. Por supuesto, sólo con suerte te quedaban cerca de casa, así que apenas reciclaban unos pocos afortunados que tenían los depósitos a tiro de piedra u otros –también pocos- valientes que no les importaba tomarse la molestia y darse un paseo cargados de papel y vidrio. Hoy las cosas han cambiado, y lo que antes era una práctica poco habitual, casi digna de una medalla al mérito, ahora es algo normal y corriente. Entre otras cosas porque ya hay más puntos limpios con contenedores e, incluso, algunos servicios municipales de basuras llevan a cabo la recogida selectiva en el propio portal. Además, se reciclan muchas más cosas: aceite, pilas… ¿Qué será lo próximo?

Vamos, hoy en día, el que no recicla es porque no quiere o porque no tiene sitio en casa para separar residuos, cosa bastante lógica y normal en las grandes ciudades, donde muchos se ven abocados a vivir en minipisos. ¡Y si apenas tienes espacio para tender la ropa o guardar los cacharros, como para encontrar un lugar para cuatro cubos de basura! Sin embargo, y pese a las facilidades crecientes, en España sólo reciclamos el 15% de los desperdicios, mientras en otros países europeos, como Alemania, llegan al 40%.
Un improvisado 'abrevadero' para los pollos.
Cada uno de nosotros, españolitos de a pie, generamos 547 kilos de basura al año. En términos gráficos y para que se hagan una idea, equivale a una pequeña montaña de residuos de más de media tonelada de peso. Sin embargo, yo estoy segura de que en el medio rural la montaña queda reducida a cero. Porque aquí, se lo aseguro, son un ejemplo de reciclado y se aprovecha todo. Un somier se convierte en un cierre perfecto para una finca, una garrafa de gasolina puede reutilizarse como comedero para los animales y un cartón puede tener muchas vidas: de combustible para la chimenea a salvamanteles en caso de apuro. Las gallinas se matan por el pan duro y por los restos de frutas y verduras, el gato se relame con los huesos del pollo y los cerdos… los cerdos se comen lo que sea. 

En la ciudad, todo acaba en el cubo de la basura o, con suerte, en el del reciclado. Y aún así, y aunque nos tomemos la molestia, no sabemos con certeza si  nuestros esfuerzos selectivos habrán servido para algo. Al final, muchos lo hemos pensado alguna vez, es probable que todo acabe en el mismo depósito: el de materia orgánica. Sin embargo, en el mundo rural, es bastante habitual la práctica de acumular cacharros, aparentemente inservibles, porque nunca sabes si te servirán para algo… o porque, como pasa en algunos pueblos, no hay contenedores de reciclado. Por lo tanto, ya no sabes si reutilizas porque quieres o porque no te queda otro remedio. Así, difícilmente llegaremos a las tasas germanas.

sábado, 24 de diciembre de 2011

Los árboles que llegaron de Europa

Un paisaje castellano con árboles.

Los árboles son el pulmón del planeta, lo limpian de suciedad y absorben el exceso de agua. Además, sus raíces fijan el terreno y evitan la erosión. Nos dan sombra cuando hay sol, cobijo cuando llueve y fruto cuando hay hambre. Nos dan leña para el frío, son materia prima de muebles y de útiles para nuestro trabajo. Lo mismo sirven para el juego, columpiándonos en ellos o trepando por sus ramas, que para el descanso, colgando en ellos una hamaca. Y son tan hermosos de contemplar… Los poetas han evocado su belleza  –yo pienso ahora en el ciprés de Gerardo Diego y en el olmo viejo de Machado- y los biólogos han defendido hasta la extenuación su importancia vital para el planeta. ¿Y los agricultores?

Yo estoy convencida de que los hombres del campo son una pieza fundamental en el equilibrio medioambiental. Son parte interesada en su conservación, incluida la de los árboles. No en vano, campesinos y naturaleza son ‘vecinos’. Sin embargo, la vecindad genera amor, pero también roces. De hecho, en ciertas luchas medioambientales, muchos agricultores se sitúan en el extremo opuesto a los ecologistas. Por ejemplo, el lobo: para unos es un ser a cuidar; para los otros, un enemigo a exterminar. Ambas son posturas comprensibles, pero difícilmente irreconciliables.

Los plantones, antes de ser repartidos entre los agricultores.

           Y ahí, en una encrucijada similar, tenemos al árbol: un adorno precioso, que, aunque, nos dé sombra, leña y fruto, a veces puede resultar un estorbo, principalmente en las tierras de labor. Si no, ¿dónde fueron a parar aquellos árboles que tapizaban la península y por los que pasaba una ardilla desde los Pirineos a Gibraltar? Dicen que aquella historia que aprendimos en el colegio es una fábula, una leyenda urbana. De hecho, leo en internet que nunca antes había existido tanta superficie arbórea en la península como en este momento: tocamos a 150 árboles por cabeza. Lo que ocurre es que están distribuidos de otra manera, más concentrados en ciertos puntos. Vamos, que ahora las ardillas del País Vasco no se pueden ir de vacaciones a Algeciras.

Pues resulta que, les guste o no, los agricultores que reciben subvenciones de la Política Agraria Común (PAC) se van a convertir en los salvadores de nuestros árboles. En 2003, la Unión Europea estableció una serie de disposiciones en las cuales instaba a cumplir una serie de requisitos legales dirigidos a todos los estados miembros, encaminadas a la buena gestión agraria y medioambiental y de obligado cumplimiento para todos los agricultores que reciban ayudas directas. Entre ellas, plantar árboles en sus tierras de labor: árboles que no podrán utilizar para su explotación maderera ni de otro tipo, sino para crear paisaje; árboles que sí, dan sombra y belleza al entorno, pero también cobijo a los pájaros que se comen el  cereal de los campos en donde se enclavan. Una vez más, indudables ventajas medioambientales, pero, que para algunos agricultores, son irreconciliables con su trabajo y sus producciones.

           Bien es verdad, según yo he observado, que el agricultor va por libre, es independiente y no le gustan las imposiciones ni mucho menos los cambios, sobre todo, si no recibe aprovechamiento económico de ellos, sino más bien todo lo contrario: le dan guerra. Pero es normal: él será quien cuide los árboles que crearán el paisaje que todos disfrutaremos. Por otro lado, también se beneficia de unas ayudas europeas que, como en este caso, generan una serie de servidumbres.


Un almendro, una de las especies repartidas en la comarca de Benavente.

30.000 plantones en esta comarca
  
De momento, los plantones le salen gratis. Estos últimos días, ha llegado el reparto a la zona de Benavente y los Valles. Los agricultores subvencionados han recibido por cada hectárea que cultivan un árbol, prioritariamente de especies propias de la zona o que se pueden dar bien en estas latitudes (las que figuran en los Cuadenos de cada zona 2007-2013 para la forestación de tierras agrícolas): pinos piñoneros, almendros, fresnos, nogales, carvallos… En total, 30.000 ejemplares. Se pueden plantar solos o en grupos de, como máximo, 250 por parcela, siempre que se respete una superficie por cada árbol de cinco metros cuadrados. No cuentan, por razones evidentes, las plantaciones de chopos productivos ni las repoblaciones. Los pueden plantar ahora todos del tirón o, lo que al final es lo mismo, uno al año por cada cinco hectáreas durante cinco años.


           Los servicios de inspección de la PAC comprobarán si los plantones repartidos u otros parecidos lucen en los campos de labor. Así que, ahora, por si ya no tuviera poco con la remolacha y el maíz, más de uno estará devanándose los sesos pensando dónde los colocará, para que le den la menor guerra posible los árboles y los pájaros que se posan en ellos. Afortunadamente, para asustarlos, siempre nos quedarán los espantapájaros (les habla uno). Todo sea por un paisaje como los de antaño, con más árboles en los bordes de las parcelas, en las plazas de los pueblos… ¿se acuerdan? Yo sí, y me gustaba. Según me explicó una vez una técnica agraria, ésa era la pretensión de esta medida europea. Y entonces, si echamos la vista atrás, a nuestra infancia, todos veremos con mejores ojos esta imposición. Incluidos los agricultores.    

domingo, 18 de diciembre de 2011

Por algo España huele a ajo

Al plantar los ajos, hay que dejar aproximadamente un pie de distancia entre uno y otro.

Cuando era una niña, yo tenía cinco ocupaciones principales en el hogar, algunas compartidas con mis hermanos: poner la mesa y quitarla, secar los cubiertos, limpiar los espejos, los barrotes de la terraza y pelar ajos. Por supuesto, mi madre los pelaba en un santiamén, con cuchillo y una maestría propia de sus años de experiencia. Nunca le he preguntado por qué nos mandaba esta tarea que perfectamente podía hacer ella (“Vale más hacerlo que no mandarlo”). Yo creo que no era por incordiar, sino para que asumiéramos responsabilidades, por pequeñas que fueran. Yo, al contrario que ella, los pelaba a mano y con mucha torpeza. Las pielecillas blancas se me metían entre las uñas, se me pegaban como lapas a los dedos y las manos se me impregnaban de ese olor tan penetrante que a Victoria Beckham tanto le disgustaba.

      A mí no me disgusta el olor. Pero todo en su justa medida. Ya verán por qué. Les voy a contar una historia (ya es la última, se lo prometo) que ocurrió en verano de 2008. Imagínense, aunque les parezca un poco surrealista. Provincia de Cáceres, lindando ya con Salamanca, entre Las Urdes y Las Batuecas. Es pleno agosto. Un hombre llega con su furgoneta vendiendo, megáfono en lo alto, ajos de las Pedroñeras (Cuenca), como sabrán, de lo mejorcito. Mi madre no puede dejar perder esa oportunidad y compra no una ristra, sino una buena bolsa, más bien un saco pequeño. O dos, ya no me acuerdo. Para no ‘ambientar’ la habitación del hotel, dejamos los ajos en el coche. Se pueden imaginar el viajecito de vuelta: olía a sopas de ajo, a ajo arriero y a las calderas de Pepe Botero todo junto, corregido y aumentado.

Victoria, la Vampiresa.
    
  Precisamente, y mentando al diablo, cuenta una leyenda que cuando Satanás salió del Jardín del Edén después de la tentación, un ajo salió de la tierra donde puso su pie izquierdo y una cebolla donde puso su pie derecho. Puede haber una discusión sobre si son un regalo del infierno, como insinúa la leyenda, o del cielo, como pienso yo y supongo que muchos de ustedes. Porque son dos pilares básicos de nuestra cocina, aunque quizá Victoria Beckham no piense igual. Los endocrinos y los expertos en alimentación nos dicen que tenemos que comer cinco piezas de verdura o fruta al día, mucho pescado, pan y cereales… Parece que la jornada y tu estómago no van a dar de sí para tanto. ¿Y el ajo? Porque, ahora que lo pienso, si hay algo que muchos españoles comemos prácticamente todos los días sin excepción, y a veces más de una vez, es el ajo.

Cómo se plantan los ajos

Y ahora, en los meses de final de año, cuando el frío empieza a arreciar de verdad, es la época de plantarlos. Ya lo dice el refrán, ‘En San Martino, el ajo fino’. Aunque ya ha pasado esa festividad, que se celebra en el mes de noviembre, estamos a tiempo. Porque “Hasta febrero no se pierde el ajero”. En primer lugar, limpiamos la cabeza y separamos los dientes de ajo. Luego o bien los depositamos sobre el terreno, a una distancia de un pie, y ayudados con la azada echamos tierra encima, o hacemos pequeños hoyos a una profundidad de cuatro dedos y los introducimos. Para alinearlos, lo que hacen algunos labradores es tensar una cuerda larga y fina o un hilo grueso a ambos extremos de la parcela, lo que nos sirve de guía. A principios del verano, tendremos el fruto de nuestro esfuerzo, que, bien seco, se conservará todo el año.

      Tendremos buen gusto en nuestros platos y mucha salud. Es verdad que repite, aunque sólo hay que hacer un pequeño gesto para evitarlo: sacar la hebra verde que lleva en su corazón. Y es verdad que da mal olor, pero hay dos trucos: frotarse las manos con un cuchillo o lavarlas inmediatamente después de haberlo manipulado. Y, tercero, también es verdad que tenemos mucho que agradecer al Allium Sativum: favorece el buen funcionamiento del corazón, es bueno contra el reumatismo, reduce la tensión arterial y el colesterol, es buen expectorante y nos ayuda a protegernos contra la tos y los catarros. Wikipedia nos cuenta que se ha utilizado en tratamientos contra el cáncer e, incluso, en el caso de un paciente de Sida. También servía para espantar a los vampiros y, por lo visto, a Victoria Beckham. Porque es normal que España huela a ajo. Lo curioso es que se queje una ‘Chica Picante’ (‘Spice Girl’), tan picante como el ajo.

viernes, 9 de diciembre de 2011

La oveja negra de las solanáceas

Parece ser que en todas las familias hay ovejas negras, y en la de las solanáceas (plantas herbáceas o leñosas con las hojas alternas, simples y sin estípulas pertenecientes al orden Solanales), también. Junto a la imprescindible patata, el sabroso tomate, la deliciosa berenjena, el saleroso pimiento y la bella y resistente petunia, nos encontramos a otras ‘elementas’ que lo mismo nos curan que nos matan: entre ellas, tabaco, beleño, belladona,  mandrágora y estramonio.
Plantas de estramonio en un campo de maíz el pasado verano.

 
Esta última se puso de moda el pasado verano. Más bien la intentaba poner de moda el individuo que –dicen- hizo una infusión con ella y se la dio a probar a dos jóvenes en una fiesta ‘rave’ en Getafe. Los médicos y expertos no se ponen de acuerdo en si sus efectos fueron lo suficientemente potentes como para matar por sí sola a los dos chicos, o fue la combinación con otras sustancias estupefacientes lo que acabó con su vida. Lo cierto es que el bombardeo de noticias que, ingenuamente, sólo trataba de informar y alertar a los padres, probablemente despertó la curiosidad de muchos jóvenes por probar una droga natural que, como nos sugirieron hasta la saciedad, era gratis y abundaba como la mala hierba. Y nunca mejor dicho, porque el estramonio es una plaga en muchas tierras de labor de nuestro país. Cuando la luctuosa noticia saltó a la luz y fue portada de los informativos de televisión, un día me despertó de mi letargo digestivo una voz de un agricultor que, en tono más elevado de lo normal, decía: “Pero, mira, si mis campos de maíz están llenos de esta planta”.

Para muchos campesinos, el Datura Stramonium es una plaga, porque crece entre sus cultivos como la mala hierba y, además, tiene un olor repelente y hediondo. Al intentarla arrancar, marea y atontona. De hecho, el ganado, por muy hambriento que esté, no la consume. Por algo, tradicionalmente, ha servido para matar ratones. No es su único uso: las brujas la han utilizado en sus sortilegios y prácticas, para producir alucinaciones y orgasmos al aplicarse en zonas genitales, cuello y axilas (que conste que no quiero dar ideas; sois mayorcitos). Pero cuidado donde se aplica y en qué cantidad, porque es irritante y produce reacciones alérgicas. Aunque su efecto más peligroso es, según aparece en Wikipedia, que los alcaloides que contiene producen un delirio alucinatorio incontrolable de numerosas horas, cuando no la muerte. 5 gramos de las semillas, la parte más tóxica de la planta, producen el envenenamiento. 30 semillas pueden constituir una dosis letal.

Además de nuestras meigas, los chamanes americanos la fumaban en combinación con el tabaco para entrar en trance. En la cultura Mapuche se la suministraban a los niños una vez en su vida: predecían su futuro conforme al comportamiento que tenían al estar bajo sus efectos. La datura arrastra una historia de intoxicaciones colectivas que, probablemente, arranca en 1616 en Jamestown (EE UU) cuando el capitán John Smith sirvió a sus soldados una ensalada que contenía unas horas de datura, no sé si con intención o no. En Valencia, en junio de 2004, un ciudadano danés ofreció a cinco jóvenes la planta bajo la forma de un ‘líquido de brujas’. Afortunadamente llegaron a tiempo al hospital.

Todas estas historias le han hecho ganarse una reputación y muchos nombres, a cual peor. Pero, curiosamente, la hierba del diablo también tiene aplicaciones medicinales: en exudado, se utiliza para curar el dolor de oído; hervida con malva, cura las hemorroides; en emplasto, los granos y heridas; también sirve para el dolor de cintura y espalda, dolores musculares, el asma y es un buen antinflamatorio. Lo mismo ocurre con la belladona, otra planta solanácea. Su un nombre traidor procede de la costumbre de las venecianas de aplicársela para agrandar las pupilas y que así pareciera que tenían los ojos muy brillantes. Es un veneno discreto y una planta de brujerías, pero también muy útil en las operaciones oftálmicas y en el tratamiento del parkinson. 

En fin, que el sentido común me dice que lo mejor es beneficiarse de sus efectos medicinales en pequeñas dosis y siempre siguiendo el consejo de un especialista en salud. Nunca tener la tentación de cogerla en el campo, tampoco de probarla y mucho menos sembrarla en la maceta. Porque, visto lo visto, puede ser un arma de doble filo.