El cerdo es un animal con connotaciones negativas: sucio,
maloliente, siempre a rastras… Sin embargo, a los buenos comedores nos gusta
todo del cerdo. Aunque suene a tópico, hasta los andares. Del jamón a la oreja,
no hay nada desaprovechable, pese a que el médico nos limite su consumo.
¡Maldito colesterol!
Esta semana tuve la oportunidad de visitar una granja de
madres. De ella no salen los gorrinos camino del matadero, sino pequeños
lechones que, posteriormente, pasarán a otras granjas donde los criarán y
engordarán para su consumo. Antes de entrar ya percibes el aroma que
caracteriza a estos animales y que hace que, por el bien
público, normalmente los criaderos estén alejados de los núcleos de población. Pero el propietario ya nos lo
advirtió, «prohibido quejarse del mal olor», cansado del sambenito que acompaña
a estos centros de producción ganadera. Es cierto, no nos engañemos: huelen mal. Pero no son los
únicos. Aparte de algunos humanos, se me ocurren varios lugares de pestilente reputación. Sólo tres
ejemplos: una planta de celulosa, una fábrica de antibióticos o alguna
industria química. Sin embargo, aunque hay personas a las que les resulta
insoportable trabajar o tan sólo visitar una granja, yo noté que cuando llevas
un rato, ya casi ni percibes el olor.
El lazareto donde pasan la cuarentena.
Lo primero que vimos fueron los lazaretos donde llegan las
cerdas y permanecen en cuarentena. En el caso de la granja que yo visité, un
par de meses. Este espacio transitorio permite que vayan haciéndose a su nueva
casa y evita que introduzcan enfermedades del exterior. Allí viven, en grupos. Y cada grupo ocupa un espacio
separado, donde cuentan con su abrevadero, que se acciona con sólo apretarlo
con el hocico, y comederos. Porque este espacio, como ocurre con el resto de la
granja, está totalmente automatizado. Y la cantidad de alimento que reciben,
perfectamente controlada y medida.
Todo está automatizado y perfectamente medido.
Cuando superan la cuarentena, pasan, sucesivamente, por las
salas de inseminación, gestación y partos. Hoy en día las cerdas ya no permanecen estabuladas en
un espacio estanco, probablemente la imagen que tenemos la mayoría de nosotros.
La normativa europea de bienestar animal exige colocarlas en corrales comunes,
que a su vez cuentan con espacios individuales donde las cerdas comen separadas
del resto.
En estas granjas, las cerdas son
inseminadas artificialmente, evidentemente con un semen selecto y con garantía
de calidad. ¡Con los futuros jamones no se juega! Entonces habrá que esperar 3
meses, 3 semanas y 3 días, tiempo que dura la gestación de una cerda, hasta que
nazcan los lechones. En ese momento pasan a la sala de partos, con espacios para cada
hembra y su camada. Allí están separadas de los lechones por un mecanismo
metálico que evita que los aplaste, pero que permite que puedan mamar. Aún
así, alguno no encuentra hueco, pierde alguna toma y no consigue crecer como el
resto. Eso hace que los demás, más grandes, se le adelanten. Ya se sabe, se
impone la ley del más fuerte, hasta el punto de que doblan en tamaño a ese
débil cochinillo de futuro incierto.
Un mecanismo protege a los cerdos, al mismo tiempo que les permite mamar.
En la granja todo se mide por tres. A las tres semanas, los lechones
pasan a otro habitáculo, la lechonera, ya sin mamá. Y pasadas otras tres, a otro… Y al final
a la granja donde, como decíamos, engordarán hasta convertirse en futuros
jamones, chorizos, chuletas y carne de cocido. Suena a manjar, pero también
resulta triste para ellos y para el que los ve: pequeñitos, asustadizos,
gregarios y simpáticos. Pero parece el destino cruel, pero apañado, de este animal, por mucho
que Babe, el cerdito valiente se empeñe en convertirse en perro para evitarlo, o la coqueta cerdita
Peggy trate de convencernos de que su objetivo en la vida es convertirse en una
‘superstar’.
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