Hace unos meses, hablamos de la iniciativa de las ovejas ‘cortacésped’ de Zaragoza. Al mismo tiempo que comían gratis, limpiaban de
maleza el Parque del Agua. El ayuntamiento se ahorraba un dinero y, además,
evitaba la propagación de incendios. En un verano en el que, por desgracia, los
incendios son más protagonistas que nunca de la actualidad informativa, las
autoridades deberían tomar nota. El origen del fuego puede estar en la chifladura
de un pirómano sin escrúpulos o en el despiste de un ciudadano descuidado, en
la sequía provocada por la escasez de lluvias y en la falta de medios contra
incendios. Y la clave para aplacar todos estos factores propiciadores está en la prevención. También, en un buen desbrozado de los montes, una labor de la
que, tradicionalmente, se ocupaban los pastores. O, mejor dicho, sus rebaños.
Esta semana tenía programado hablar de fiestas. Pero, como
muchas veces ocurre en periodismo, la actualidad, tozuda como es, te conduce
por otros derroteros y te obliga a cambiar de tema. Y, además, por uno
diametralmente opuesto al previsto: los incendios forestales. Por desgracia,
son el pan nuestro de cada verano, a veces magnificada su repercusión mediática
por la sequía informativa propia de estos meses.
Pero este año, desgraciadamente, por su número y dimensiones
se han colado por derecho propio en las páginas de los periódicos y en las
pantallas de nuestros televisores. Por citar sólo los más destacados, prendió
la mecha en marzo el de Fragas de Eume (Coruña) , que siguió por Rasquera
(Tarragona), Andilla (Valencia), Cortes de Pallás (Valencia), La Jonquera (Girona), Tenerife
y La Gomera. La
lista de siniestros es más larga, como aparece en la página de Greenpeace España, y sus consecuencias, devastadoras: una superficie quemada de más de 132.000 hectáreas,
que en algunos casos afectó a espacios protegidos y que ha provocado la muerte de ocho personas.
Muchas otras han salvado la vida, pero no su hacienda. Y a
todos se nos encoge el corazón cuando vemos a gente desesperada porque se ha
quedado sin casa y, en algunos casos, sin medio de trabajo. Pero, he de
confesarlo: llega un momento que la cantidad de información y de imágenes de
devastación es tan grande, es tal el bombardeo, que ya no prestas atención. Sin
embargo, esta misma semana, me paré a reflexionar y a ponerme en el pellejo de
los gomeros que se han visto en la calle, porque su vivienda se ha quedado reducida
a cenizas. Y me he acordado de seres queridos, personas cercanas, que se
quedaron absolutamente abatidas porque el fuego había consumido alguna
dependencia de su casa o su casa al completo. Y me he acordado de su
desconsuelo, de sus nervios y/o de su mirada perdida. La misma, o parecida, que
tienen los afectados de La
Gomera.
Pero no, no nos pongamos tristes. Hoy no se trata de hablar
de catástrofes, sino de dar soluciones, que pasan por perseguir a los pirómanos
y a los descuidados, por reforzar los medios humanos en la lucha contra
incendios, por disponer de más hidroaviones… Pero, sobre todo, por la
prevención. La falta de lluvias, de la que ya hemos hablado varias veces este
año, está detrás de los incendios. Pero la chispa no prende si no hay maleza.
Y, por lo que contaba una de las afectadas por los incendios, el entorno de las
casas de La Gomera
estaba ‘perdidito’ de ella.
Estos días hemos oído hablar mucho de la limpieza de los
montes. Algunos oyentes de Radio Nacional proponían contar con parados para
desbrozarlos y habilitar cortafuegos. Puede ser. Pero hay otras soluciones.
Seguro que algunos modernos las calificarían de ‘sostenibles’, como si hubieran
descubierto la pólvora, cuando en realidad son de toda la vida. Como la que
propuso otra oyente. La mujer, que curiosamente se disculpó por su ignorancia antes
de hablar, dio una lección de sabiduría popular. Nos recordó cómo en su pueblo,
en sus años mozos, los montes estaban limpios de maleza porque los pastores
acudían allí con sus rebaños y los lugareños iban a recoger la leña. Así se
mantenía el equilibrio natural, que hemos perdido porque también se ha perdido
el pastoreo. Porque ya no hay pastores suficientes. Y menos ganadería que habrá
si sigue convirtiéndose en un oficio en el que los gastos se ‘comen’ a los
ingresos. Igual que las llamas se ‘comen’ el monte.
Un círculo vicioso. No hay ganadería, no hay limpieza. No hay limpieza,
hay fuego. Hay fuego, no hay monte… ni riqueza, ni pastores, ni ganas de
quedarse… Y así difícilmente habrá pueblos y, mucho menos, fiestas de las que
hablar. Lo ven: al final todo conduce al mismo sitio. Pero, si queremos que
siga siendo así, necesitamos que el círculo no se cierre, se rompa y, sobre
todo, se limpie. Para poder celebrarlo y no llorar por el monte.
1 comentario:
Jo, has visto unos cipreses que son ingnífugos y que están investigando después de un fuego en Valencia? Soluciones en la misma naturaleza!!!
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