viernes, 7 de octubre de 2011

LA PATATA COTIZA EN BOLSA

Unos campesinos recogen patatas a mano en su huerta.



Frita es un manjar exquisito para los niños y es ingrediente indispensable de algunas de las más deliciosas recetas, entre ellas, uno de nuestros platos bandera: la tortilla española. Es un alimento básico en nuestra despensa y en nuestra dieta. Es barata, maridable, deliciosa y procede de América. Es la patata, sembrada en abril y que estos días comienza a cosecharse en nuestros campos. El precio por kilo que recibe el agricultor fluctúa como los valores en bolsa: el año pasado era 20 céntimos de euro, éste son 4 o 5 y el que viene, Dios dirá. Una situación que lleva a muchos de ellos a abandonar el cultivo y a otros, a cuestionarse para qué tanto gasto en tratamientos, maquinaria, gasoil, agua y tiempo. Además, de lo que ganará él, a los 82 céntimos que puede llegar a costar en el supermercado, va un mundo. Un margen de hasta un 1.600 % que es para romper a llorar (el agricultor) o echarse las manos a la cabeza (el consumidor).   

Portada de la revista Nature.
Junto con el trigo y el arroz, la patata es uno de los elementos básicos de nuestra dieta. En España no concebimos un día sin comer pan, mientras que en otros países no les cabe en la cabeza no probar el arroz o la patata. Éste último caso es el de Irlanda, que todavía se tambalea al recordar la Gran Hambruna que sufrió a finales de la primera mitad del siglo XIX. No hay registros exactos del número de personas que perecieron como consecuencia de los devastadores efectos sobre las cosechas del hongo Phytophthora infestans, pero se cuentan por millones de muertos. Y si se suman a los que por el mismo motivo huyeron en busca de una vida mejor hacia otros lugares, en especial, a Estados Unidos, podemos decir que Irlanda perdió más de una cuarta parte de su población.
La revista Nature publicó recientemente el trabajo de un consorcio científico internacional que consiguió descodificar el ADN de la patata, que, por cierto, tiene el doble de genes que el ser humano. La investigación permitirá la creación de nuevas variedades más nutritivas y más resistentes a las enfermedades. Entre estas plagas está el tizón tardío, rancha o mildiú, la misma que provocó la Gran Hambruna Irlandesa y sigue asolando las cosechas en países más desfavorecidos. Porque más de siglo y medio después de aquella tragedia europea, el mundo sigue sufriendo los efectos del hongo, dada su capacidad de mutar para adaptarse e imponerse a todos los fungicidas.

Un monumento recuerda en Dublín los devastadores efectos
de la Gran Hambruna Irlandesa.
Como causa de aquella hambruna, algunas fuentes citan no sólo la plaga devastadora, sino “los métodos inadecuados de cultivo” y “la ineficiente política económica” del Reino Unido. Hoy en día está resuelto o a punto de hacerlo el problema de las enfermedades de la patata y el agricultor cuenta con los medios humanos y técnicos necesarios para garantizar buenas producciones. Así que sólo cabe apuntar a la política agrícola para explicar cómo un profesional del campo puede recibir sólo 4 o 5 céntimos por kilo recogido, cuando se ha gastado lo mismo, o más, para producirla. Y a la factura del combustible, patata de siembra, abonos, fungicidas, nitrato y agua, hay que sumar la amortización de la maquinaria y la mano de obra.

Porque para producir el tubérculo hay que laborear la tierra, abonarla, laborearla de nuevo, sembrar, echar herbicida, nitrato y fungicidas, regar (en secano no, claro) y, finalmente, cosechar. Para concluir el ciclo, el agricultor necesitará remolques, tractor, cosechadora y manos firmes. Porque a diferencia de otros cultivos, que el agricultor puede realizar en solitario, aquí  necesitará mano de obra. Para cosechar una hectárea al día, harán falta al menos cuatro personas, durante una jornada de ocho horas, subidos a la máquina y seleccionando el fruto. Y eso, si no hay terrones y todo va como la seda. Vamos, que a estas alturas, la cuenta de saldos es mucho más abultada que la de ingresos.
Lo lamentable del caso es que los precios varían de un año para otro, algo así como los valores en bolsa. Y el que sabe de la falta de lógica económica del mercado bursátil, se dará cuenta de que decidirse por un cultivo u otro cuando empieza la temporada es una auténtica lotería. Porque el año pasado, el profesional del campo se las prometía muy felices, al menos en estas latitudes de Castilla y León, con un precio por kilo que rondó los 20 céntimos. Con estos mimbres, muchos agricultores se lanzaron a plantar y ahora se encontrarán con pérdidas. Vamos, que lo que el año pasado eran alegrías hoy son lamentos.

La cosecha exige numerosa maquinaria.
Y con estos resultados, muchos han abandonado el cultivo y otros lo acabarán haciendo. Es probable que lo más rentable sea producir lo justo para casa, porque con 5 kilos de patatas de siembra, con un coste de otros tantos euros, obtendrá en su huerto 500 kilos. Se evitará quebraderos de cabeza y se ahorrará entre 24 céntimos por kilo (el precio más barato encontrado en 3 establecimientos) y 82 (el más caro) que le costarían en el supermercado. El precio de mercado es barato si se tiene en cuenta la importancia que tiene este tubérculo para nuestra dieta y las hambrunas que su carencia causó y sigue causando, pero caro si tenemos en cuenta la recompensa para el hombre del campo.
¿Y quién se queda con los márgenes? Es la pregunta del millón. Los almacenistas que reciben el producto directamente del campesino aseguran no salir beneficiados y señalan más arriba en la cadena de distribución. Es probable que la patata que usted consume se haya producido al lado de su casa, pero haya viajado cientos de kilómetros hasta la plataforma logística de turno, para volver de nuevo a las estanterías de su supermercado de confianza. Un viaje absurdo que, sumado al marketing y a un ‘packaging’ probablemente más caro que el propio producto, suma ceros al precio de su tortilla de patata.