jueves, 29 de septiembre de 2011

EL VINO ES OTRA HISTORIA


  • Cada año parece más corto no sólo porque el tiempo, con la edad, corre más vertiginoso, sino porque también la vendimia llega antes. Este 2011 hemos tenido una de las  más tempranas de los últimos años y, en nuestro bacillar, ha sido una de las más abundantes. Antes de venir al mundo rural, había visto viñedos, pero no había tocado una tijera de podar. Había visitado grandes bodegas, pero de una forma aséptica y distante, sin ver asomar al bodeguero y los operarios. Cuando respiras el polvo y el azufre de la cepa, pasas tardes limpiando botellas y oyes fermentar el mosto, el vino es otra historia. Y no me entiendan mal, a mí ahora me gusta más. Hoy les contaré una de esas historias, la de un viñedo en el norte de Zamora.     
Cuando mi madre era joven, la vendimia era cosa de unos pocos y, además, privilegiados. En su pueblo había trigo, patatas, huertas, pero no viñas. Sólo esos pocos y privilegiados con parientes en comarcas donde sí las había, lejos de quejarse por tener que doblar el lomo, alardeaban de los días que pasaban recogiendo la uva. Así que décadas después, mi madre se desquitó visitando un viñedo en La Mancha. Es un recuerdo muy vago, tan vago que sólo sé que lo viví por una fotografía en blanco y negro que conservo.
       Yo, con cinco años o seis, comía uvas a dos carrillos y, hace apenas unos días, las cogía a manos llenas. Esta vez no fue en un lugar de La Mancha -y perdónenme el tópico-, si no en uno de los Valles de Benavente. El pasado 13 de septiembre comenzamos la vendimia más temprana de los últimos años y, en nuestro caso, la más copiosa, repartida entre el remolque para hacer el vino de consumo propio y los cientos de cajas que vendemos a “los gallegos”.
      Porque buena parte de la producción del norte de Zamora se marcha en camiones, que llegan en un goteo incesante, procedentes de tierras vecinas. No sé si para ribeiros, albariños o vinos sin denominación que, seguramente, necesitan una uva más fuerte para completar sus caldos. No sabemos mucho de su destino, y menos todavía del precio que pagarán por kilo de uva. En el mundo real, los trabajadores por cuenta ajena conocen su sueldo y los trabajadores liberales dejan claras sus tarifas antes de que les encomienden una tarea. Sin embargo, en el rural, se hacen horas, se consume gasoil y hasta se pagan jornales a ciegas, sin conocer cuál será el ingreso.
      Pero lamentos a un lado, y tras recoger el fruto, hace una semana nuestro agricultor comenzó la elaboración del vino. El proceso arranca con el despalillado de la uva y la eliminación del raspón. Aquí no la pisamos, como en otras regiones, sino que tradicionalmente se usaban las prensas, todavía conservadas en las bodegas como un vestigio del pasado. Hoy en día, esta labor generalmente está mecanizada, lo que permite  que 1.500 kilos de uva se conviertan en mil litros de mosto en apenas un par de horas. Afortunadamente para nuestras espaldas, es un proceso mucho más descansado que la vendimia.
      Como el año pasado el vino quedó flojo, este año el “patrón” cogió la uva más madura, para garantizar una mayor graduación.  Y con el mismo objetivo de conseguir un caldo más fuerte y con cuerpo, dejó los hollejos (la piel) macerando en el mosto. Así permanece seis, ocho o diez días, el tiempo depende del grado de coloración que se vaya obteniendo y de las temperaturas: cuanto más altas, serán necesarios menos días. En cualquier caso, hay que revolver el mosto constantemente y no olvidar que puede crecer y desbordarse el tonel.
      Porque el vino parece tener vida. Si acercas el oído, oyes cómo el mosto emite un rugido suave que nos avisa de que la fermentación está haciendo su trabajo. Es un bullir perfectamente audible, como una mermelada que cuece lentamente. Este benigno septiembre ha recortado los tiempos: ya toca el primer trasiego, para quitar los hollejos y las impurezas y continuar la fermentación en limpio hasta que se hayan consumido los azúcares. Entonces, llegará el segundo trasiego, para propiciar una fermentación más lenta o maloláctica, que reduce la acidez, y el tercero, para clarificarlo y, finalmente, embotellarlo.
      Entonces tendremos un vino joven, a base de mucho tempranillo, algo de cabernet y no menos esfuerzo, que nos alegrará el espíritu. Esperemos que sea para las navidades, con los bolsillos repletos por los beneficios de la vendimia y la matanza lista para probar. ¡Salud! 

5 comentarios:

Ana dijo...

Muy bonito e instructivo, Frechi!!!
Escribe más!

Jesús dijo...

Para empezar ¡¡no está nada mal!!
Yo también tengo una foto de mi "hermanito" cuando tenía unos 2 años aprox. en la viña de nuestro abuelo ; estamos hablando de 1979.-

florhumi dijo...

Marta, me ha gustado como has vivido la vendimia y cómo la haces vivir. Al contrario que tu, yo me fui del pueblo a vivir a la ciudad, pero nunca presté atención como tu lo estás haciendo a la magia del campo. Si has vivido tu niñez en el campo, a veces das cosas por hechas, sin apreciarlas suficientemente. Sigue así. Mi padre todavía pisa las uvas para hacer el vino, porque es muy poco el que hace. Lo hace por diversión, con las uvas de la parra solamente.

florhumi dijo...

Marta, a ver si ahora puedo enviarte el comentario. No se me da muy bien esto y creo que el primero no pude enviarlo. Al contrario que tu, yo me fui del pueblo a la ciudad, y nunca vivi con tanto cariño como tu el proceso de la vendimia. Visto a través de tus ojos me ha gustado y he aprendido cosas que supongo que no me preocupé de aprender. Sabes ver la magia del campo. Mi padre aún hace vino, muy poco, con las uvas de la parra. Le encanta. Y lo hace de la forma tradicional, ya sabes, pisándolas y todo eso.
Gracias y sigue escribiendo.

Marta Frechilla dijo...

Florhumi, más que con cariño, que supongo que se adquiere con los años, veo el campo con curiosidad. Cariño tiene tu padre y muchas otras gentes del campo, que no han ahorrado esfuerzos durante toda su vida y que siguen haciendo el vino con las mismas ganas de siempre
Saludos y buen día, marta f