sábado, 19 de noviembre de 2011

DEPREDADOR

La gata Pincho lleva un pájaro entre sus fauces.


Seguro que alguna vez les ha picado una sarta de mosquitos y han maldecido su existencia. Una vez oí a un doctor decir que, a la hora de elegir, optan por ensañarse con las personas con la sangre más caliente. Debe de ser mi caso porque, en verano, me masacran. Y entonces sí que me hierve la sangre, la piel y la lengua dedicándoles los peores insultos. Este mismo año, después de sufrir un ataque en toda regla, llegué a desear la total extinción de la especie. Pero, luego, reflexioné: “Creo que no va a ser una buena idea: si murieran todos, quizá supondría una hecatombe terrestre, un desequilibrio medioambiental de consecuencias incalculables". Porque, pensé, “si no puede haber mundo sin abejas (esas sí me caen bien, quizá porque aprecio la miel, me parece milagroso su trabajo y nunca me han picado) –deduje- ¿podrá existir un mundo sin mosquitos y otros insectos? ¿Qué comerían algunas aves? Y si no hay aves, ¿qué comerían algunos animales, entre ellos, los gatos?”

Porque nuestra gata la goza persiguiendo ratones y pájaros. Cuando huele que hay uno a la vista, se acerca a su presa con su andar de Billie Jean y la acecha con un curioso ritual. No caza al pájaro, se lo come y asunto resuelto, sino que inicia un tira y afloja con él, lo mata poco a poco, disfruta de su agonía. Suena cruel, la verdad, y es desagradable. El mismo lindo gatito que juega contigo con sumo cuidado, dándote con la pata pero sin sacar las uñas para no herirte, se convierte en un depredador desalmado. A su escala, pero depredador.


Supongo que será parte del equilibrio natural, de la lucha por la vida. Y en uno de sus vértices está el hombre y, más en concreto, el hombre de campo. Cuando llegué a la zona rural, me chocaban ciertas costumbres, como la de matar pájaros. Los mismos pájaros con los que has convivido en la ciudad, a los que prácticamente no prestabas atención porque ni te iban ni te venían. Pero cuando profundicé, comprendí los porqués de esa reacción nada caprichosa: esos pájaros, y también los ratones, se comen el trigo, la fruta, las verduras. Y a veces al agricultor, aunque probablemente no sea plato de gusto para él, no le queda más remedio que aniquilar unos cuantos para espantar al resto, cuidar su cosecha y garantizar su propia subsistencia.

Como al zorro hambriento no le queda otra que comerse las gallinas y al lobo, que zamparse las ovejas. He necesitado muchas décadas para asimilar que el lobo, tan bello, puede hacer mucho daño al hombre. Al principio, no me convencían los cuentos de Caperucita y las cabritillas. Para mí era un animal simpático, como el del turrón, y precioso. No comprendía cómo los pastores de la montaña leonesa metían en un saco y abandonaban a su suerte a unos lobeznos en aquel episodio tan laureado del 'El hombre y la tierra', el programa de televisión de Félix Rodríguez de la Fuente. Y a mí, pese que ahora lo comprendo, aquella imagen no se me quita de la cabeza.

           ¿Es el mosquito despiadado? ¿Y el pájaro que se los come? ¿Y el gato que lo persigue como a Piolín? ¿Y el zorro? ¿Y el lobo? ¿Y el campesino que mata pájaros? No voy a responder. Supongo que es parte de la rueda de la vida, de la cadena alimenticia, una depredación justificada cuando está en juego la supervivencia del animal, cuando se defiende, tiene hambre, necesidades. No es matar por matar, sin sentido, algo en lo que muchos hombres son expertos y no están para dar lecciones al resto de animales. Quizá lo que cuento no sea políticamente correcto o, mejor dicho, ecológicamente correcto. Pero no hay que olvidar que sin ese juego de la depredación, sin ese mosquito que tiene que chuparte la sangre para que luego se lo coma el pájaro, probablemente no habría equilibrio medioambiental. Porque, estoy convencida, en este mundo todo ser es importante y tiene su sentido: del mosquito al hombre.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Como no sé si me aceptó un primer comentario, aquí te mando el segundo:

ya está.

Jesús