viernes, 4 de noviembre de 2011

RURAL PERO MODERNO


Si nos fiáramos de la televisión, la imagen que tendríamos de un granjero sería muy poco atractiva: un hombre espartano, sin muchas o limitadas actividades de ocio, nada viajado, rudo y algo machista, aunque galante y en ocasiones romántico. Quizá este retrato robot podría corresponder a la realidad –y no siempre- de hace décadas. Pero hoy el hombre rural es otra cosa. Y en su aspecto externo, poco le diferencia del hombre urbano,  aunque a veces le delaten el bronceado permanente y las manos curtidas. 


La memoria es frágil, está claro. Tu familia lleva medio siglo en la ciudad y ya te sientes un urbanita de viejo cuño. Hasta entonces, tus padres vivían en el pueblo y comían de la agricultura y la ganadería. Y resulta que ahora apenas sabes lo que es un arado, no podrías distinguir un chopo de un roble ni tampoco ordeñar una vaca. Aunque exagerando, éste era hasta hace poco mi retrato y, probablemente, el de un alto porcentaje de los que en estos momentos me estáis leyendo. Hasta que llegó el éxodo rural y la población emigró en masa a las ciudades, un alto porcentaje de los españoles éramos hombres rurales. Sin embargo, ahora se han vuelto las tornas y vemos al hombre rural como algo lejano, ajeno y hasta exótico. Unos le miran con admiración, otros con curiosidad y también los hay que le miran por encima del hombro. 

Hago esta reflexión después de tragarme varios episodios de ‘Granjero busca esposa’, en un intento de hacer un análisis sociológico –a mi nivel de aficionada - y sacar algo en limpio. Pero he llegado a pocas conclusiones. La primera es que se subvierten los términos. Me explico: enciendes el televisor y te encuentras a seis hombres y a, por lo menos, sesenta mujeres. Pasado un episodio, esa proporción se reduce a un hombre por tres mujeres. Más se parece a lo que te encuentras en un bar de una ciudad, donde a ciertas edades tocamos a medio hombre por cabeza y, sólo con suerte, estará soltero. Nada que ver con el bar del pueblo, donde lo que sobran son hombres. Si bien es verdad que, en términos absolutos, en la zona rural de España hay prácticamente el mismo número de mujeres (49%) que de hombres (51%), en las franjas de edad entre los 15 y los 50 años los varones ganan por goleada. Precisamente, en la edad de ‘merecer’, casarse o arrejuntarse y formar una familia.


Hace varias décadas, las mujeres rurales tomaron las de Villadiego, se dieron el ‘piro’ y marcharon a la ciudad, huyendo de una sociedad bastante machista que las sobrecargaba de trabajo. Y lo hicieron en busca de mayores cotas de independencia y de un abanico más amplio de posibilidades académicas y laborales. Algunos hombres de su quinta siguieron el mismo camino, pero muchos se quedaron en el pueblo: el trabajo era menos duro que el de sus padres y las producciones mayores gracias a la mecanización agraria. El plan era bueno, pero se encontraron con un problema: no había chicas con las que alternar ni, mucho menos, que estuvieran dispuestas a compartir su (dura) vida (rural) y ayudarles en su tarea diaria.

          Así que, para solucionarlo, en algunos lugares del país se afanaron en organizar caravanas de mujeres. La idea surgió en 1985 entre los solteros de Plan, después de ver la emisión en Televisión Española de la película ‘Caravana de mujeres’ (1951), de William A. Wellman. No me extraña que las mujeres fueran en masa esperando encontrarse un hombre como Robert Taylor, un actor guapo y varonil como pocos. Yo me hubiera ido al desierto de Arizona o a Sierra Madre por él, Burt Lancaster o Gregory Peck. Pero no dí el paso: por lo que pude ver en las imágenes, los Robert Taylor de turno ya estaban pillados.

A mí me llegó el hombre rural en un medio urbano y de pura casualidad. Y, he de confesarlo, me resultó muy exótica y atrayente esa vida tan diferente a la mía. Nunca había prestado demasiada atención a la actividad de mis tíos, también del medio rural: los cultivos, el precio de la patata, la PAC, los jatos, etcétera… Pero, ya se sabe, te llega la tontería y encuentras interesantísimo que te hablen de las horas de riego o de cuánto mide una hectárea.

 Era un mundo ajeno y desconocido, la verdad. Pero no tanto (segunda conclusión) como para ir a recoger estiércol vestida con el modelito que me pondría para pasear por la calle Uría. Y les aseguro que alguna de las participantes de ‘Granjero busca esposa’ no apea el tacón ni para hacer la vendimia y va a la cuadra de punta en blanco. Así que yo creo que, en la mayoría de los casos, en el fondo no quieren conocer el mundo rural, ni mucho menos vivir en él. Unas buscan ganar la fama en un ‘reality’, sin importarles mucho si es ‘Granjero…’ o ‘Gran Hermano’. Otras, conocer un chico y entablar una relación, sin pararse a pensar en el cambio de vida que supondrá. Pero, aunque el programa refleje casi de soslayo cómo es la vida en el campo, al menos nos pasamos un buen rato viéndolo y escuchamos buena música. 
 

Medio urbano y medio rural parecen a primera vista mundos incompatibles, pese a que, según algunos estudios sociológicos (‘La población rural de España’, Fundación La Caixa), muchos de los actuales habitantes de los pueblos acuden cada día a la zona urbana a trabajar. El aire puro que respiran cuando llegan a casa y el cielo estrellado que contemplan les merece la pena, pese a la ‘kilometrada’ que tienen que pegarse a diario. También hay inmigrantes que encuentran allí una forma de vida. Y una población envejecida a la que, en muchos casos, parece que el reloj se le paró y que, desgraciadamente, “se enfrenta a dificultades de movilidad con recursos que suelen ser proveídos por redes familiares o informales”. Porque, dice el mismo informe, “No hay una única definición de lo rural en España”.

“La vida actual en un entorno rural no tiene nada que ver con la de unas pocas décadas atrás”. Sabias palabras, porque hay agricultores que manejan el ordenador con total soltura, esquían, andan en moto, van a clases de bailes de salón y viajan, pese a que algunos medios de comunicación a veces caigan en el error de plasmar un hombre rural retrógrado y machista. Y aunque se les distinga por las arrugas producidas por el trabajo a la intemperie, el bronceado ‘agroman’ y presenten una ‘fachada’ ruda, en el fondo son como todos. Y su calidad de vida, muchas veces, mejor que ninguna. 

7 comentarios:

CAMINO dijo...

Jajaja, como se ve que respiras por la herida, en este caso "la dulce herida".
P.D.: Yo también he visto "Granjero busca esposa", ¡¡¡madre mía!!!.

Luis dijo...

Yo no he visto “Granjero busca esposa”, pero estoy completamente de acuerdo con la descripción que realizas.

Me gustaría incluir (colateralmente) el fenómeno del “turismo rural”, como una vuelta al pueblo, pero con las comodidades de la ciudad y en calidad de turista… pues el campo (como las obras de construcción) es muy bonito (son muy bonitas), pero para “ir de visita” y no a doblar el espinazo.

A través de ese tipo de turismo se está cambiando la percepción que se tenía del “hombre de campo”, en la línea de lo que has escrito en el nuevo post, cuyo máximo exponente, en clave de humor, sería un famoso anuncio de televisión donde regresan unos “coronelestapioca” a un pueblo y queriendo aprovecharse de la “ignorante” ruralidad de una señorita, le piden que les sirva una fabada casera, tan buena y barata, porque aquí son “medio tontos”… y la “lela” les planta una de lata. Dejando claro, que ser “de pueblo” no es sinónimo de “ser tonto” y, a sensu contrario, ser de Madrí (sic) no quiere decir que seas listo.

¡¡MUY BUENO MARTA!!

Marife dijo...

Tienes razón. Todos venimos de ahi y es cierto que tenemos tendencia a mirar por encima del hombro. Un beso, Martita.

Marta Frechilla dijo...

Supongo que cuando dices "lela" es un diminutivo de abuela, y no sinònimo de tonta. Porque la abuela de fabada les da a los "coronelestapioca" sopas con honda (onda, no está muy clara la acepción léxica), o, mejor, fabada en lata...

Luis dijo...

No, me refiero a “lela” como tonta pero, entrecomillado, pues eso es lo que piensan los “coronelestapioca” de la señora. En realidad es muy lista, pues se la da “en lata” (la fabada) . Los tontos, sin comillas, son ellos, pues no saben distinguir entre una fabada buena y una excelente.

Jorge Molinas Lara dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

JESÚS:

Deja de ver Granjero busca Esposa que eso sólo es para mentes calenturientas aunque, dicho lo dicho, ¿qué opina Santo T. de lo que ve en ese programa?.

En cuanto al campo, ¿qué sería de la raza humana si no hubiese campesinos?, pues que se moriría de hambre. Este pensamiento -que no es habitual- es fundamental. Cualquier otra consideración es accesoria.

En fin, a ver si me quito a vagancia y os mando por correo las fotos campestres del Pantano de Villameca