sábado, 24 de diciembre de 2011

Los árboles que llegaron de Europa

Un paisaje castellano con árboles.

Los árboles son el pulmón del planeta, lo limpian de suciedad y absorben el exceso de agua. Además, sus raíces fijan el terreno y evitan la erosión. Nos dan sombra cuando hay sol, cobijo cuando llueve y fruto cuando hay hambre. Nos dan leña para el frío, son materia prima de muebles y de útiles para nuestro trabajo. Lo mismo sirven para el juego, columpiándonos en ellos o trepando por sus ramas, que para el descanso, colgando en ellos una hamaca. Y son tan hermosos de contemplar… Los poetas han evocado su belleza  –yo pienso ahora en el ciprés de Gerardo Diego y en el olmo viejo de Machado- y los biólogos han defendido hasta la extenuación su importancia vital para el planeta. ¿Y los agricultores?

Yo estoy convencida de que los hombres del campo son una pieza fundamental en el equilibrio medioambiental. Son parte interesada en su conservación, incluida la de los árboles. No en vano, campesinos y naturaleza son ‘vecinos’. Sin embargo, la vecindad genera amor, pero también roces. De hecho, en ciertas luchas medioambientales, muchos agricultores se sitúan en el extremo opuesto a los ecologistas. Por ejemplo, el lobo: para unos es un ser a cuidar; para los otros, un enemigo a exterminar. Ambas son posturas comprensibles, pero difícilmente irreconciliables.

Los plantones, antes de ser repartidos entre los agricultores.

           Y ahí, en una encrucijada similar, tenemos al árbol: un adorno precioso, que, aunque, nos dé sombra, leña y fruto, a veces puede resultar un estorbo, principalmente en las tierras de labor. Si no, ¿dónde fueron a parar aquellos árboles que tapizaban la península y por los que pasaba una ardilla desde los Pirineos a Gibraltar? Dicen que aquella historia que aprendimos en el colegio es una fábula, una leyenda urbana. De hecho, leo en internet que nunca antes había existido tanta superficie arbórea en la península como en este momento: tocamos a 150 árboles por cabeza. Lo que ocurre es que están distribuidos de otra manera, más concentrados en ciertos puntos. Vamos, que ahora las ardillas del País Vasco no se pueden ir de vacaciones a Algeciras.

Pues resulta que, les guste o no, los agricultores que reciben subvenciones de la Política Agraria Común (PAC) se van a convertir en los salvadores de nuestros árboles. En 2003, la Unión Europea estableció una serie de disposiciones en las cuales instaba a cumplir una serie de requisitos legales dirigidos a todos los estados miembros, encaminadas a la buena gestión agraria y medioambiental y de obligado cumplimiento para todos los agricultores que reciban ayudas directas. Entre ellas, plantar árboles en sus tierras de labor: árboles que no podrán utilizar para su explotación maderera ni de otro tipo, sino para crear paisaje; árboles que sí, dan sombra y belleza al entorno, pero también cobijo a los pájaros que se comen el  cereal de los campos en donde se enclavan. Una vez más, indudables ventajas medioambientales, pero, que para algunos agricultores, son irreconciliables con su trabajo y sus producciones.

           Bien es verdad, según yo he observado, que el agricultor va por libre, es independiente y no le gustan las imposiciones ni mucho menos los cambios, sobre todo, si no recibe aprovechamiento económico de ellos, sino más bien todo lo contrario: le dan guerra. Pero es normal: él será quien cuide los árboles que crearán el paisaje que todos disfrutaremos. Por otro lado, también se beneficia de unas ayudas europeas que, como en este caso, generan una serie de servidumbres.


Un almendro, una de las especies repartidas en la comarca de Benavente.

30.000 plantones en esta comarca
  
De momento, los plantones le salen gratis. Estos últimos días, ha llegado el reparto a la zona de Benavente y los Valles. Los agricultores subvencionados han recibido por cada hectárea que cultivan un árbol, prioritariamente de especies propias de la zona o que se pueden dar bien en estas latitudes (las que figuran en los Cuadenos de cada zona 2007-2013 para la forestación de tierras agrícolas): pinos piñoneros, almendros, fresnos, nogales, carvallos… En total, 30.000 ejemplares. Se pueden plantar solos o en grupos de, como máximo, 250 por parcela, siempre que se respete una superficie por cada árbol de cinco metros cuadrados. No cuentan, por razones evidentes, las plantaciones de chopos productivos ni las repoblaciones. Los pueden plantar ahora todos del tirón o, lo que al final es lo mismo, uno al año por cada cinco hectáreas durante cinco años.


           Los servicios de inspección de la PAC comprobarán si los plantones repartidos u otros parecidos lucen en los campos de labor. Así que, ahora, por si ya no tuviera poco con la remolacha y el maíz, más de uno estará devanándose los sesos pensando dónde los colocará, para que le den la menor guerra posible los árboles y los pájaros que se posan en ellos. Afortunadamente, para asustarlos, siempre nos quedarán los espantapájaros (les habla uno). Todo sea por un paisaje como los de antaño, con más árboles en los bordes de las parcelas, en las plazas de los pueblos… ¿se acuerdan? Yo sí, y me gustaba. Según me explicó una vez una técnica agraria, ésa era la pretensión de esta medida europea. Y entonces, si echamos la vista atrás, a nuestra infancia, todos veremos con mejores ojos esta imposición. Incluidos los agricultores.    

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues sí, además del resto del trabajo les toca cuidar árboles. Pero piensa que así tendremos nueces, almendras y demás. Belleza y producción, todo en uno.

Y por cierto, un dicho reza "cuando llueve, el que se refugia bajo un árbol se moja dos veces".

Camino.

Marta Frechilla dijo...

Ya sé que en algunos casos no te quitan la lluvia precisamente... ¡Pero es que quedaba muy poético!