domingo, 26 de febrero de 2012

Sugar, sugar. El precio del azúcar


Un agricultor apila remolacha.

 Hay canciones hipnóticas. Pueden ser buenas o malas, pero son hipnóticas, que te vienen a la cabeza en oleadas y no se te van. Para mí, una de ellas es ‘La Dolce Vita’, de Ryan Paris. Otra, ‘Sugar, sugar’, de Los Archies. Las dos, casualmente, hablan de algo dulce. Una, de la vida. Otra, del azúcar. Y las dos dicen mentira porque, más que dulces, ambas cosas -la vida y el azúcar- son agridulces.

El cultivo de la remolacha, fruto del que procede, es uno de los más exigentes para el agricultor: requiere más riego, más producto (fertilizantes, fitosanitarios…), más cuidados que ningún otro. Y eso que con la mecanización de las labores, la recogida se ha aligerado. Hace apenas una década costaba sacar una hectárea un mes más o menos entre varios miembros de una familia o una cuadrilla de trabajadores, Ahora un agricultor sólo tarda un día. Mucho más descansados que antaño, los labradores han terminado ya la campaña. 

Pero además de exigente, la remolacha es también uno de los cultivos más controlados. Hablamos de los cupos. El agricultor puede cultivar todo el maíz que quiera, todo el trigo que quiera, pero sólo la remolacha que tiene asignada por la Administración. Tiene que calcular bien que le coincida con el cupo contratado. Si se queda corto, tendrá que completarlo con otro agricultor para no perder derechos de cara a la siguiente campaña. Si se pasa, tiene que hacer lo contrario: tiene que intentar completarlo con otro agricultor, para que no se la paguen a una miseria. La otra opción es cobrarla a un precio menor al estipulado, el precio de excedente, que suele ser la mitad que el que le pagan por la remolacha que está dentro de cupo. Claro que esta explicación es muy simplista y sólo vale algunas veces. Porque, por ejemplo, si el año es malo y hay poca producción, el agricultor que sembró más de la cuenta puede que tenga suerte y le paguen la remolacha excedente al mismo precio que la remolacha del cupo. Los agricultores no son los únicos que tienen limitaciones. Al igual que ellos, las azucareras también tienen sus cuotas de producción.


La azucarera de Benavente cerró para la recogida hace casi
una década. Hoy se usa como planta de empaquetado.
En fin, un lío bastante incomprensible que tiene su porqué. O no, puesto que no se entiende que los agricultores tengan que ceder parte de su cupo de producción para acceder a ayudas europeas y, por otro lado, se importe azúcar para refinar, porque, si no, el mercado español quedaría desabastecido. De ahí que los precios del azúcar se estén disparando y los de la remolacha bajando. Tanto es así que si no tuviese ayudas, desaparecería el cultivo. Hay cosas que no se entienden, y la gestión de la remolacha es una de ellas.

Frutos de la remolacha.


No está muy claro que va a pasar con la reforma de la Política Agrícola Común (PAC), que regirá la producción agrícola europea entre 2014 y 2020. En principio plantea la eliminación antes del 30 de septiembre de 2015 de las cuotas de producción de azúcar. El responsable de una de las dos compañías azucareras que operan en España, la Associated British Sugar, ha pedido un poco más de tiempo, otros cinco años más, para “seguir mejorando la productividad y ser más competitivos". De momento, los agricultores castellanos y leoneses han hecho los deberes: es la región de toda la Unión Europea con mejores rendimientos, con una media de hasta 104 toneladas de remolacha por hectárea durante la presente campaña. El gerente de la compañía defiende no sólo mantener el cultivo, sino que propone seguir creciendo en hectáreas para garantizar el mantenimiento de la industria azucarera española.

Es un cultivo muy exigente para el agricultor, muy controlado por la Administración y muy caro para el consumidor. La Administración ‘inyecta’ parte del dinero que le pagan al agricultor, lo que al final hace que a las compañías les salga más barata la remolacha y al consumidor igual de caro el azúcar. Si al agricultor le pagan unas 40 euros por tonelada, céntimo abajo, céntimo arriba, unos 26 los pone la azucarera y el resto, 13 o 14, la Administración. ¡Caro nos sale el azúcar! Es decir, que al euro aproximado que nos cuesta el kilo de azúcar en el supermercado y que pagamos con nuestro sueldo, con nuestros ingresos, hay que sumarle lo que pagamos al Estado vía impuestos, que es de donde, a la postre, salen las subvenciones.

En fin, que después de esta diatriba seguro que la próxima vez que consuma azúcar,no pensará en las calorías, sino en los sudores y sinsabores de los agricultores y el futuro incierto de este cultivo en la UE. Yo prefiero pensar en la canción de los Archies.

1 comentario:

Alberto Secades dijo...

Yo pienso en el maíz que producen en Idaho (USA) y en un documental que vi hace tiempo y en que si analizan mi pelo, resulta que tengo residuos de maíz de Idaho incluso aunque no he tomado maíz de Idaho en toda mi vida (pero si he tomado un montón de productos endulzados con el azúcar que hacen con el excedente de producción de maíz de Idaho, que además está subvencionado por el Gobierno USA).

En fin, un lío

(y buen artículo, Marta)