sábado, 21 de abril de 2012

Las gallinas que entran por las que salen


Seguramente, ustedes nunca se han preocupado por el bienestar de las gallinas que producen los huevos que nos desayunamos revueltos, comemos en tortilla y cenamos fritos. Europa sí lo hizo y,  desde el 1 de enero de 2012, está prohibido alojar a las gallinas de puesta en jaulas convencionales. Ahora han pasado de un espacio de 55 centímetros cuadrados a jaulas mucho mayores, de 70 centímetros, y con más 'comodidades'. No sabemos si ellas están más a gusto, pero sí, que muchos avicultores que -por huevos- han tenido que cumplir esta normativa, se han encontrado con muchas dificultades para adaptar sus granjas y pocas ayudas de la administración.


Gallinas criadas en suelo (vamos, gallinas de las buenas).
Las gallinas son animales con muy mala prensa, como las cotorras (que hablan mucho), los pepinos (que te importan poco) y los rábanos (que te importan menos). Si dicen de un lugar que es como un gallinero, te entra dolor de cabeza sólo de pensarlo, y si eres mujer y te comparan con una gallina… mejor que no te comparen: será que eres una casquivana. ¡Luego se lo cuento!

Primero, he de decir en su favor que son muy educadas: en cuanto te asomas al corral, ellas enseguida se acercan a darte la bienvenida, corriendo tambaleantes, con el cuello tieso y cacareando. No sé si lo hacen porque quieren saludarte o porque son un poco curiosas. O, qué ingenua soy, ¿quizá piensan que les llevas algo que echarse al pico? En este sentido, confieso que tuve un pequeño altercado con ellas y los pollos a cuenta de la ingesta. Durante varios días me tocó darles de comer y, tenían tanta ansia -ansia viva-, que mientras les echaba el grano, me abrasaron las manos a picotazos. ¡Gajes del no-oficio! 

Segundo, son una máquina de reciclar estupenda. Se lo comen todo: trozos de lechuga, restos de fruta y hasta cáscaras machacadas (es un poco caníbal, la verdad, pero dicen que les aporta calcio y endurece la cáscara de los huevos)… Así que a veces pienso que no estaría mal tener una gallina en casa, en la terraza por ejemplo, a la que le dieras los restos de comida. Ella, a cambio, pondría huevos. ¡Qué manjar! Si ya se lo digo, son todo ventajas. Si no fuera porque un corral en un piso es maloliente e inviable…  

El gallo, el rey del corral.

Una de las confusiones más habituales del personal es que hace falta un gallo en el corral. De hecho, yo pensaba, durante buena parte de mi vida, que para que hubiera huevo tenía que haber un macho. Pues no: en realidad es necesario que ‘agalle’ a las gallinas para que nazca un pollo, pero no para tener un huevo. Vamos, que los machos están ahí para darle una alegría al cuerpo a las gallinas, que por algo se han ganado –y que me perdonen- la reputación que tienen.

Resuelta esta duda, les contaré otra experiencia que tuve con gallinas, esta vez cuando tan solo era una niña. Durante dos veranos, pasamos las vacaciones en un pueblo de la costa cántabra (hace tanto que, de aquellas, era la provincia de Santander, no Cantabria). Yo no tenía más de 7 u 8 años, ya les digo. Nos alojábamos en una casa de campo, en la parte de arriba. Porque abajo vivía la propietaria que nos la alquilaba.  Lina, que así se llamaba, no tenía perros ni gatos, ¡qué más hubiera querido yo, amante de los animales sin uno propio! Sólo, un corral de gallinas. Como era lo que había y yo quería jugar con ellas, un día que se fue, aproveché. Fui sigilosamente, sin decírselo a nadie de mi familia, yo sola. Las iba sacando por un hueco que había en la unión de dos alambradas del corral y luego las volvía a meter. Pero resulta que una se me quedó atascada y no era capaz de sacarla de allí. Me entraron los nervios, las prisas y, no sé cómo lo solucioné, pero al final conseguir meter la gallina de nuevo.

Seguro que aquella gallina, pese a los achuchones que le hice pasar, vivía a cuerpo de rey. Como desde el 1 de enero lo hacen las gallinas españolas –se supone-, aunque no así sus propietarios. La adaptación a la normativa europea de bienestar animal aumenta el espacio del que disponen en las granjas, ya que han pasado de jaulas de 55 metros de centímetros cuadrados a jaulas de 70, con percha (varilla situada en el centro del habitáculo para que el animal repose), yacija (lugar apropiado para picotear y escarbar) y un nido (lugar habilitado para la puesta de huevos). Igual ellas lo agradecen, pero no los avicultores que, desde que se anunció la medida, protestaron por una medida que les obligaba a cambiar sus granjas de arriba abajo. Y hacerlo, en principio, sin ayudas de la administración, lo que, advirtieron, iba abocar a su ruina y al cierre de muchas explotaciones. Finalmente, y en el último minuto, algunas comunidades autónomas sí comprometieron su apoyo.


Los pollos y las gallinas comiendo.
Los efectos de la medida son, evidentemente, más dramáticos en aquellos países donde la producción de huevos depende en gran medida de los sistemas de alojamiento en jaulas convencionales. Es el caso de España, donde, por ejemplo en 2008, el 97% de la producción de huevos se hizo de esta manera, explican en Albéitar. Este mismo portal veterinario advertía de otro riesgo, en este caso, para la salud de las gallinas. La directiva europea podría también influir en gran medida en la prevalencia de enfermedades,. Porque el diseño de alojamientos es un factor importante para el control de enfermedades. Los alojamientos sencillos y las jaulas convencionales utilizados hasta ahora han sido cuestionados por no reunir las condiciones de bienestar animal, frente a otros más amplios, como las jaulas ‘enriquecidas’ o los sistemas más extensivos, es decir, las gallinas criadas en suelo. Sin embargo, las jaulas convencionales permitían que la reposición entre grupos fuera más rápida y la limpieza, más fácil. En fin, mayor higiene y, en definitiva, más salud para las gallinas.

Además de la mayor prevalencia de ciertas enfermedades, otra consecuencia de la normativa es que  ha subido el precio de los huevos, según apuntaba una información publicada en El Mundo. Al ocupar las jaulas más espacio en las granjas, los avicultores tienen menos gallinas que, lógicamente, ponen menos.

Visto lo visto, ustedes verán con lo que se quedarían: gallinas menos estresadas, pero que producen huevos más caros, o gallinas que pasan estrecheces, pero que están más sanas y resultan más económicas. ¿Estamos en las mismas? Nos han cambiado, como diría José Mota, «las gallinas que entran por las que salen».

1 comentario:

Alberto Secades dijo...

Me ha gustado mucho el artículo.

La primera parte (relaciones con gallinas), me recordó un divertidísimo libro, que te recomiendo, del inefable Wodehouse, "Amor y gallinas" con el inolvidable Ukridge como protagonista. Lo puedes encontrar en Anagrama:

http://www.anagrama-ed.es/titulo/CM__30

Incluiré enlace a este artículo en los destacados de mi blog.

Un abrazo.