domingo, 30 de diciembre de 2012

Cigüeñas en la Puerta del Sol



Estamos en plena Navidad, a las puertas de un nuevo año, y qué mejor que un cuento para celebrarlo. Un cuento con mucho desenfado, aunque no le falten guiños medioambientales (los efectos del cambio climático), históricos (el éxodo rural) e incluso económicos (la burbuja inmobiliaria). Espero que os guste.



La Puerta del Sol siempre parece un escenario de postal, con su sabor castizo, su barullo contenido y sus estridencias bajo control. Y cuando se acerca el fin de año, los servicios públicos se afanan para que todo esté impoluto y a punto para las campanadas. Nada puede fallar, especialmente en la torre del reloj de la Casa de Correos. Parece que hasta sacan brillo a cada piedra del edificio más observado del país, el centro de todas las miradas todos los años por estas fechas de Navidad.

Pero aquel año un elemento vino a alterar el orden de la plaza y, en definitiva, el de los españoles: una cigüeña había decidido colocar su nido en la punta de la torre del reloj. Por supuesto, no lo hizo en un día. Fue una labor silenciosa de semanas y, cuando se quisieron dar cuenta las autoridades, el nido estaba allí plantado, más chulo que el chotis. Les estaba ocasionando un verdadero problema. Si lo quitaban, se les echarían encima los ecologistas. Si lo dejaban, el nido estropearía las campanadas de fin de año, ¿o no?

Mientras, en la punta de la torre, la cigüeña observaba el bullir de la plaza. Lo hacía tranquila y orgullosa, porque su nido en lo más alto era la culminación de un viaje que había iniciado semanas atrás, cuando partió de Villaveza del Agua, provincia de Zamora, hacia el sur, en busca de un clima más benigno para pasar el invierno. Lo cierto es que ella y las de su especie llevaban décadas sin emigrar a África, ¿para qué? Los fríos que pelaban ya habían pasado a la historia.

Nuestra cigüeña se había cansado de la molicie de su raza. Miles de zancudas vivían acomodadas en sus nidos, colocados de dos en dos e, incluso, de tres en tres, en un poste sí y otro también de los tendidos de la luz. Ella quería ser distinta, volar lejos, emigrar como habían hecho sus antepasados. Guiada por su imaginación y, por qué no decirlo, por sus ansias de grandeza, había pensado en volar al norte, a Asturias. Allí hubiera sido un ser admirado, distinto, porque la cigüeña blanca que tanto abundaba en Castilla y León, en el Principado era una ‘rara avis’. Pero cruzar el Puerto de Pajares era un desafío abrumador para afrontarlo en solitario. Lo intentaría más adelante, cuando encontrase una pareja más valiente y tan ambiciosa como ella.

Así que tiró hacia el sur. A Madrid. A su llegada a la capital, se encontró con cuatro edificios imponentes y había pensado en quedarse en lo alto de alguno de ellos. Sin embargo pensó que, a 249 metros del suelo, el aire resultaría bastante irrespirable y el esfuerzo de construir su nido, palito a palito, demasiado costoso. ¡Para Florentino, si los quería! A ella, personalmente, las alturas le daban vértigo. Así que siguió volando. Y llegó a la Puerta del Sol. Y exploró los alrededores. Y le dio vueltas a la cabeza y castañeteó el pico… Era el lugar perfecto: no demasiado lejos del Parque del Retiro, donde ir a proveerse de palos y hojas para el nido, ni del río Manzanares, para ir a bañarse y abrevar. Además viviría rodeada de gente, de público, de glamour… ¡lo que siempre había deseado!

Y allí empezó su nueva vida, en la punta de la torre del reloj. Y encontró a su pareja ideal, un chulapo venido de la Sierra. Y juntos hicieron su nido y esperaron a sus polluelos, rodeados del bullicio.

El primer año causaron sensación. Notaron como unos hombres trajeados y repeinados les observaban como diciendo “¿Y ahora qué hacemos con vosotros?”. Después de mucho cavilar, de mesarse los cabellos buscando una solución, finalmente los dejaron allí, plantados en lo alto. Y pasó un año, y otro, y otro más… Se convirtieron en la atracción de la plaza, un elemento imprescindible. Incluso hicieron souvenirs con su foto: magnetos, peluches, posavasos…

Hasta que un día se dieron cuenta de que estaban cansados de tragar humos, del estrés de la vida cotidiana, de luchar por los palitos para su nido y de competir por las migajas de pan con pardales y palomas. En el fondo, ellos no estaban hechos para eso. Y jubilarse y retirarse a un lugar tranquilo, de provincias, se convirtió en su objetivo, su sueño dorado. 

Así que un día emprendieron el vuelo hacia el norte, de vuelta a Villaveza del Agua. O a Barcial del Barco. O a Granja de Moreruela, donde hay un monasterio en ruinas muy acogedor. Y allí acabaron sus días, viviendo en un poste en el tendido que discurre paralelo a la Carretera de Zamora, rodeados de los suyos, sin tener que competir por la broza para el nido porque aquello está lleno de chopos. Y gozaron de un clima bastante llevadero y de una vida bastante discreta, alejados de los focos y de la fama. Y colorín colorado, este cuento se ha acabado. FIN
 

3 comentarios:

Begoña dijo...

Muy bonito el cuento Marta, no sabía que dominaras también este género. Eres una caja de sorpresas!!!
Al final la cigüeña que emigró a África he sido yo!!!

Marta Frechilla dijo...

Me alegro de que te haya gustado el cuento.

Sí, hay algunos 'pájaros' que siguen emigrando a África, ja, ja...

¡¡Feliz año a todos!!

Anónimo dijo...

Muy bonito marta y gracias por rescatar de mi memoria el termino abrevar...hacia tanto q no lo escuchaba!
Prima Bea