domingo, 18 de diciembre de 2011

Por algo España huele a ajo

Al plantar los ajos, hay que dejar aproximadamente un pie de distancia entre uno y otro.

Cuando era una niña, yo tenía cinco ocupaciones principales en el hogar, algunas compartidas con mis hermanos: poner la mesa y quitarla, secar los cubiertos, limpiar los espejos, los barrotes de la terraza y pelar ajos. Por supuesto, mi madre los pelaba en un santiamén, con cuchillo y una maestría propia de sus años de experiencia. Nunca le he preguntado por qué nos mandaba esta tarea que perfectamente podía hacer ella (“Vale más hacerlo que no mandarlo”). Yo creo que no era por incordiar, sino para que asumiéramos responsabilidades, por pequeñas que fueran. Yo, al contrario que ella, los pelaba a mano y con mucha torpeza. Las pielecillas blancas se me metían entre las uñas, se me pegaban como lapas a los dedos y las manos se me impregnaban de ese olor tan penetrante que a Victoria Beckham tanto le disgustaba.

      A mí no me disgusta el olor. Pero todo en su justa medida. Ya verán por qué. Les voy a contar una historia (ya es la última, se lo prometo) que ocurrió en verano de 2008. Imagínense, aunque les parezca un poco surrealista. Provincia de Cáceres, lindando ya con Salamanca, entre Las Urdes y Las Batuecas. Es pleno agosto. Un hombre llega con su furgoneta vendiendo, megáfono en lo alto, ajos de las Pedroñeras (Cuenca), como sabrán, de lo mejorcito. Mi madre no puede dejar perder esa oportunidad y compra no una ristra, sino una buena bolsa, más bien un saco pequeño. O dos, ya no me acuerdo. Para no ‘ambientar’ la habitación del hotel, dejamos los ajos en el coche. Se pueden imaginar el viajecito de vuelta: olía a sopas de ajo, a ajo arriero y a las calderas de Pepe Botero todo junto, corregido y aumentado.

Victoria, la Vampiresa.
    
  Precisamente, y mentando al diablo, cuenta una leyenda que cuando Satanás salió del Jardín del Edén después de la tentación, un ajo salió de la tierra donde puso su pie izquierdo y una cebolla donde puso su pie derecho. Puede haber una discusión sobre si son un regalo del infierno, como insinúa la leyenda, o del cielo, como pienso yo y supongo que muchos de ustedes. Porque son dos pilares básicos de nuestra cocina, aunque quizá Victoria Beckham no piense igual. Los endocrinos y los expertos en alimentación nos dicen que tenemos que comer cinco piezas de verdura o fruta al día, mucho pescado, pan y cereales… Parece que la jornada y tu estómago no van a dar de sí para tanto. ¿Y el ajo? Porque, ahora que lo pienso, si hay algo que muchos españoles comemos prácticamente todos los días sin excepción, y a veces más de una vez, es el ajo.

Cómo se plantan los ajos

Y ahora, en los meses de final de año, cuando el frío empieza a arreciar de verdad, es la época de plantarlos. Ya lo dice el refrán, ‘En San Martino, el ajo fino’. Aunque ya ha pasado esa festividad, que se celebra en el mes de noviembre, estamos a tiempo. Porque “Hasta febrero no se pierde el ajero”. En primer lugar, limpiamos la cabeza y separamos los dientes de ajo. Luego o bien los depositamos sobre el terreno, a una distancia de un pie, y ayudados con la azada echamos tierra encima, o hacemos pequeños hoyos a una profundidad de cuatro dedos y los introducimos. Para alinearlos, lo que hacen algunos labradores es tensar una cuerda larga y fina o un hilo grueso a ambos extremos de la parcela, lo que nos sirve de guía. A principios del verano, tendremos el fruto de nuestro esfuerzo, que, bien seco, se conservará todo el año.

      Tendremos buen gusto en nuestros platos y mucha salud. Es verdad que repite, aunque sólo hay que hacer un pequeño gesto para evitarlo: sacar la hebra verde que lleva en su corazón. Y es verdad que da mal olor, pero hay dos trucos: frotarse las manos con un cuchillo o lavarlas inmediatamente después de haberlo manipulado. Y, tercero, también es verdad que tenemos mucho que agradecer al Allium Sativum: favorece el buen funcionamiento del corazón, es bueno contra el reumatismo, reduce la tensión arterial y el colesterol, es buen expectorante y nos ayuda a protegernos contra la tos y los catarros. Wikipedia nos cuenta que se ha utilizado en tratamientos contra el cáncer e, incluso, en el caso de un paciente de Sida. También servía para espantar a los vampiros y, por lo visto, a Victoria Beckham. Porque es normal que España huela a ajo. Lo curioso es que se queje una ‘Chica Picante’ (‘Spice Girl’), tan picante como el ajo.

2 comentarios:

El tocayo del duque dijo...

Creo que me voy a enganchar a tu blog, así que empiezo con mis comentarios.
En primer lugar no creo que Victoria sepa realmente como huelen los ajos porque en el trayecto de Serrano a Castellana no abundan.
En caso de saber realmente su olor espero que su desprecio venga de la comparación con el hedor que desprende un vestuario como el de su marido en el descanso de un partido.
Mucho ánimo y no dejaré de seguir este blog

El tocayo del duque dijo...

Hola Marta. Me he enganchado ahora a tu blog y sólo espero que seas justa y en el próximo articulo te metas con alguien relacionado con el Barcelona porque meterse con la pobre Victoria es muy injusto ya que supongo que realmente no conoce el olor del ajo en sus paseos por Serrano y Castellana