domingo, 5 de febrero de 2012

Las Águedas tienen a quien parecerse


Una imagen de Santa Águeda pintada por Zurbarán.
Santa Águeda (o Ágata) fue una joven siciliana de una familia distinguida que vivió en el siglo III. Tan singular era su belleza, nos cuenta la Wikipedia, que el senador romano Quintianus intentó poseerla, aprovechando las persecuciones contra los cristianos que había emprendido el emperador.  Pese a la ayuda que le prestó “una mala mujer, Afrodisia”, el senador no tuvo mucho éxito: la joven “ya se había comprometido con Jesucristo”. Agraviado y ofendido, decidió vengarse: ordenó que torturaran a la joven, cortándole los senos.     Hoy en día, la iconografía nos suele presentar a esta mártir con una bandeja en la mano mostrándonos sus pechos. Es la patrona de su ciudad de origen, Catania, y de los alrededores del volcán Etna. Es invocada para prevenir los daños del fuego, rayos y volcanes. También recurren a su protección aquellas mujeres aquejadas por problemas en el pecho, la lactancia o partos difíciles. Es patrona de las enfermeras y protectora de las mujeres. Y por esta última faceta de la santa y mártir, en muchas poblaciones de España las mujeres la celebran el 5 de febrero.

Las Águedas se visten con trajes regionales.
      Una de las fiestas más conocidas es la de Zamarramala, en Segovia, donde por un día las mujeres toman el mando. Celebran así la intervención decisiva de las mujeres en la reconquista del Alcázar en 1227. Ellas entretenían a las tropas musulmanas que defendían la fortaleza mientras los (hombres) cristianos la recuperaban. Ellas solas no ganaron la batalla, pero sin ellas no habría podido consumarse el triunfo. Y, según tengo entendido, ése es el espíritu de esta fiesta: no demostrar que la mujer es más que el hombre, sino que es tan importante como él. 

Almila recibe el bastón de mando.
      También en mi municipio ‘de adopción’, las mujeres se reúnen. Cada año la celebración tiene lugar en uno de los tres pueblos que integran el ayuntamiento de Villanázar (Villanázar, Vecilla de Trasmonte y Mózar de Valverde), e incluye misa, baile, un aperitivo, comida, más baile e, incluso, cena. El alcalde pedáneo entrega la vara de mando a la mujer de mayor edad del pueblo anfitrión, de entre todas aquellas que asisten a la fiesta. Ayer la recibió Almila. Todo el boato es sólo una excusa para reunir a varias generaciones en torno a una mesa y, sobre todo, a viejas amigas de la niñez. Se han visto distanciadas por las ocupaciones cotidianas, los compromisos familiares , el tiempo y los kilómetros que separan los tres pueblos, pero no se olvidan unas de otras. También es un motivo para desempolvar los trajes regionales, confeccionados por algunas en los talleres organizados en cada pueblo o heredados de los antepasados. Sacan los ‘rodaos’, que es como aquí llaman a las faldas tradicionales, las camisas de lino o de algodón, los mandiles labrados en azabache y los mantones de manila o de paño bordado. Un espectáculo para la vista y los amantes del folclore. 

      Las más mayores vivieron un campo –y una vida doméstica- sin comodidades y sin mecanizar: sin tractores, lavadoras, cocina vitrocerámica, ni cuarto de baño. Lavaban la ropa en el río, trillaban en la era con animales, aventaban el trigo para separar la paja del grano, cogían la remolacha y las patatas a mano y todo ello a la vez que cuidaban a los hijos y del hogar. Eran madres coraje, hechas con otra pasta. Yo no discuto que la mujer de hoy, aunque cuenta con otros avances tecnológicos, tiene que seguir viéndoselas con esa doble, o triple, función de profesional, madre y esposa: trabajando en casa y en la oficina. La misma presión, la misma historia, si bien es verdad que la de entonces ni rechistaba. ¿Mejor o peor? No lo sé.



'Las espigadoras', de Millet.

       Leo el libro Españolas en un país de ficción. La mujer en el cine franquista (1939-1963) (Editorial Comunicación Social) y me imagino cómo fue la educación que recibieron estas mujeres coraje, a través de las pantallas del cine, de la radio y las revistas, en la escuela,  en las asociaciones femeninas… La dictadura repitió el estereotipo de la mujer tradicional, conservadora, religiosa, trabajadora, honrada, muy apegada al hogar, madre de sus hijos y fiel a su esposo. Era el modelo que había que seguir y que las mujeres interiorizaron, pero al que además imprimieron, como puntualiza su autora Fátima Gil, el carácter de una mujer fuerte, activa y luchadora. Y me recuerda a Santa Águeda, a la que enviaron a un lupanar y consiguió mantenerse casta, y a la que tuvieron que infligir mil torturas e, incluso, ser arrojada a carbones al rojo vivo para conseguir matarla. Y ni con esas mataron su espíritu, porque dicen que falleció con una sonrisa en los labios.

      Es la misma sonrisa que he encontrado entre estas mujeres rurales que parecen tener cuatro brazos en lugar de dos y que sacan adelante una familia con el sueldo de uno. Que no se quejan, pero que defienden su dignidad y a los suyos con uñas y dientes. Y que trabajan como el hombre y con el hombre. Porque lo del ‘Matahombres de Oro’, honor que este año se llevó Carmen Posadas en Zamarramala, no significa que estén contra el otro sexo. Como expresó la escritora, somos complementarios. Al fin y al cabo, el mundo no podría entenderse ni existir sin uno de los dos.

3 comentarios:

Alberto Secades dijo...

Un artículo muy interesante. Me ha gustado mucho.

Un saludo.

Anónimo dijo...

La verdad es que no lo tuvieron nada fácil. Afortunadamente tanto el trabajo del campo como el de la casa es mucho más cómodo (y menor en cantidad), y esa mayor comodidad supongo que también ha influido en que aun haya mujeres dispuestas a quedarse a vivir y trabajar en el campo, si no fuera así no quedarían más que las ancianas, que no trabajarían y nosotros no comeríamos ni nabos.

Pero aun se ven desfavorecidas frente a las de las ciudades en muchos aspectos, de ahí la importancia de todo lo que se haga para reivindicarlas, como este post, Marta, MUY BIEN!

Camino.

Marta Frechilla dijo...

Sí, hoy en día, la vida en el campo ha cambiado mucho, es más cómoda. Pero lo curioso del caso es que las mujeres rurales que conocieron las incomodidades del pasado, añoran aquellos años, no tienen un recuerdo amargo. Al menos muchas de las que yo conozco. Bien es verdad que muchas otras se fueron, huyeron a las ciudades. ¡Supongo que por algo sería!
Alberto, me alegro de que te haya gustado el artículo. Y sobre todo de que sigamos nuestros respectivos blog: Yo tu insensato http://comunsinsentido.blogspot.com/2012/01/lo-sabia.html y tú mi destartalado espantapájaros...