domingo, 20 de mayo de 2012

El milagro de ser madrileño y agricultor


Procesión de San Isidro en Madrid. /WIKIPEDIA
 
Si bien es verdad que, en España, el día del año en el que, probablemente, coinciden más fiestas es el 15 de agosto, día de la Asunción de la Virgen, no es menos cierto que el 15 de abril no hay pueblo que se precie que no festeje San Isidro Labrador. No será la fiesta grande, de acuerdo. Pero la celebración del patrón de los agricultores paraliza la rutina diaria de la zona rural, con bendiciones de los campos, romerías, misa mayor y/o procesión en su honor. ¡Pobre del que se le ocurra levantar un azadón o mover un tractor coincidiendo con los fastos! A esa hora toca rezar al santo. Porque, en el campo, siempre hay algo que pedir: si no es lluvia, será sol. Y si no, que sigamos igual, que no es poco. 

Siempre me llamó la atención que San Isidro, patrón de los agricultores, sea oriundo y patrón de una gran ciudad: de Madrid. Así, de primeras, resulta contradictorio. Pero no lo es tanto si pensamos que a finales del siglo XI y principios del XII, cuando vivió San Isidro, Madrid no era la gran urbe que es hoy. De hecho, poco después de nacer el santo, fue reconquistada a los árabes y constituía un núcleo con una medina musulmana y poco más.

San Isidro, cuando todavía era un modesto labrador llamado Isidro de Merlo y Quintana, se casó con María, luego convertida en Santa María de la Cabeza. Ambos eran muy píos, grandes oradores, y, dicen, eso dio más trabajo de la cuenta a los ángeles. De hecho, según nos ha llegado de generación en generación, araban las tierras mientras San Isidro rezaba. La versión que aparece en sus actas de canonización es otra: Juan de Vargas, amo de San Isidro, vio cómo los ángeles le ayudaban a arar más rápido tras haberse detenido anteriormente a rezar en todas las parroquias por las que pasaba camino del trabajo. En definitiva, unos se entretienen tomando café, otros echando un cigarro, otros en las tragaperras y San Isidro, rezando. No es el único milagro atribuido al santo. Cuentan que su hijo Illán se cayó a un pozo y, gracias a sus rezos –de nuevo-, las aguas subieron de nivel y pudieron rescatarlo.

 San Isidro era un labrador
muy pío y cuentan que un
día, mientras estaba rezando,
los ángeles araron por él
 

Un día los milagros ya no pudieron salvarle y su vida llegó a su fin. Como era muy pobre, le introdujeron en una humilde caja de madera y le enterraron en el cementerio de la parroquia de San Andrés. 40 años después, los prodigios que realizó en vida y que seguían corriendo de boca en boca, llevaron al pueblo a pedir que se exhumara su cuerpo y se enterrara en el interior del templo. Así se hizo, y para sorpresa de todos, se encontraron con que el cuerpo se encontraba entero, incorrupto. El Rey Alfonso VIII, al volver de guerrear en las Navas de Tolosa, ordenó que sus restos fueran colocados en un arca bellamente policromada con las escenas de su vida.

Con este curriculum, Isidro se ganó la beatificación en 1619, con grandes fastos conmemorativos que incluyeron la inauguración de la Plaza Mayor de Madrid. En 1622 fue canonizado junto con otros conocidos santos como San Felipe Neri, Santa Teresa de Jesús, San Ignacio de Loyola y San Francisco Javier. Ahí es nada. Y en 1657, junto a la capilla de San Andrés, comenzó a levantarse la de San Isidro, que guarda los restos del santo. En 1789, año que les sonará por la Revolución Francesa, Carlos III ordenó que la urna fuera instalada en el antiguo Colegio Imperial, que se llamó desde entonces Iglesia Real de San Isidro. 

Con todos estos hitos, tan ligados a la historia y al patrimonio de la Villa de Madrid, me queda claro que San Isidro se haya merecido ser su patrón. Y con su historial de milagros, que sea referente para los agricultores. Porque, muchas veces, necesitarían la ayuda de los ángeles en su día a día para obrar el prodigio de seguir adelante, atosigados como están por los caprichos meteorológicos, los reducidos precios agrícolas y los altos costes de producción.   



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