lunes, 27 de agosto de 2012

Nos vamos de fiesta


Puede que un hombre de campo esté en plena cosecha, preocupado por la escasez de lluvias, haciendo cálculos ante la subida de los costes y el descenso de los ingresos… No importa: cuando llega la fiesta de su pueblo, todo se para. Y desempolvar su mejor traje y preparar la casa para recibir la llegada de los invitados se convierte en todo un ritual. El verano es la época en la que se concentra mayor número de fiestas en los pueblos de España, especialmente en torno a la Asunción de la Virgen. Y por eso, y sin que sirva de precedente, en El Espantapájaros paramos de hablar de frutos, cereales, remolacha y política agraria, para ponernos guapos e ir de fiesta. Un día al año no hace daño.




Siempre me resultó curiosa la idea que tienen los hombres de campo –al menos por estos lares- de que cuando es fiesta de guardar, es decir, fiesta religiosa, hay que respetarla. Al menos, durante la mañana,  a la hora de la misa (se vaya o no), se guarda el tractor y los aperos. Antes, puede sacar el rebaño y, después , rematar algún trabajo que corre prisa. Pero probablemente mirarán mal a aquel que entre semana esté ‘folgando’ y el domingo por la mañana se ponga a trabajar.

También me llama la atención que, cuando se acercan las fechas de la fiesta, toque limpiar la casa de arriba abajo, con el fin de que presente su mejor fachada para cuando vengan las visitas. No me llama la atención que limpien, sino el hecho de que tenga que ser en esas fechas. Pero tiene su porqué. Tradicionalmente, era en los días de la fiesta cuando muchos familiares venían a pasar unas horas o unos días. Puede que ahora ya no venga nadie, o que no pasen de la cocina, pero muchas gentes de la zona rural conservan esta costumbre de hacer limpieza general. En una palabra, se pegan un auténtico palizón, ya que a la labor de darle a la bayeta y el plumero, hay que sumar que suele coincidir con los días de más faena en el campo en muchas zonas del país.

Así que mientras las playas se llenan de veraneantes y el campo recupera a aquellos que un día se fueron a la zona urbana a buscar fortuna, cuando a los urbanitas les toca descansar, a los agricultores les toca trabajar más que nunca en jornadas mucho más largas. Ya llegará el invierno, cuando los días sean más cortos y las cosechas se hayan vendido. Entonces será cuando los primeros rabien y los segundos disfruten, aunque siempre haya cosas que hacer: matanza, reparaciones, recogida de algunos productos (maíz, remolacha, almendras y frutos secos, oliva…).

Dicen que la crisis ha hecho que muchos ciudadanos busquen la alternativa más barata de volver a sus raíces e ir al pueblo de vacaciones. Algunos llevan haciéndolo toda la vida. Seguramente para ellos no hay mejor cosa que dejar la ciudad y volver al pueblo a ‘respirar’. Otros, como digo, han tenido que cambiar la playa o el viaje al extranjero por pasar unos días con los abuelos o los primos del pueblo. Y seguro que no se aburrirán si les gusta pasear o andar en bicicleta, bañarse en el río, charlar a la caída de la tarde en el lugar de reunión habitual (en todos los pueblos hay uno. O más de uno) e ir al baile. Porque aunque la fiesta de su pueblo sea una vez al año, en todas las comarcas hay fiestas durante todo el verano. Un calendario de festejos que enlaza un fin de semana con el siguiente.

Entre paseo y paseo, los veraneantes, y, entre riego y riego, los jóvenes agricultores –o los que tienen espíritu joven-, acuden cada fin de semana a un pueblo. Ya se conocen los nombres y los repertorios de las orquestas y, como si fueran bandas de rock consagradas, las siguen allá donde vayan atraídos por una fama que traspasa provincias. Aunque no bailen.

Los bailes son la tercera cosa que me llama la atención. Los ayuntamientos pueden perdonar las obras pendientes, pero el dinero para fiestas y para contratar orquestas es sagrado. Sin embargo, luego te encuentras a legiones de personas que miran desde el extremo de la plaza, si acaso beben una copa, pero que no bailan. Hacen corrillo a los más jóvenes, que amortizan los compases de las orquestas  y las discotecas móviles a saltos y a ritmo de cadera. O a los más marchosos, que no pierden la oportunidad de marcarse un pasodoble o una rumba.

Al día siguiente, todos, los que miran y los que bailan, a madrugar, para ir a misa (los que van), a la procesión, al vermú, al campeonato de mus, a la chuletada… Cada pueblo tiene sus costumbres. En cada pueblo el programa es diferente. Pero, de norte a sur, la fiesta es sagrada. ¡Y qué no falte!

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